dissabte, 4 de gener del 2014

Sintineddi CAP VII

                                                        
El hombre al que le quedaban tres minutos de vida se acomodó con la espalda contra el muro en donde un trazo de sangre indicaba cómo se había deslizado hasta sentarse en la arena. Vio  como ella se alejaba sin mirar atrás, recortando su silueta contra el sol que se acostaba en ese último día del año detrás del horizonte de un mar tan suyo, en una playa desconocida.
Ya casi no dolía. Ella le había dicho - lo siento Kurt, ¿quieres que...?
-no, -él esbozó una mueca que pretendía ser una sonrisa-, déjalo, al fin y al cabo…no tiene importancia, estoy bien.Vete.
Ella le había besado  en los labios con una dulzura que él le desconocía y se sintió gratamente sorprendido. Por un momento, la playa había desaparecido y la arena volvía a ser la de un desierto donde hacía mil años se habían conocido…
Mi hermana, mi amante, mi arma, mi escudo, mi…muerte, Carla.

Contempló con los ojos vidriosos el atardecer y vino a su mente todo lo que había hecho en sus últimos días, su llegada a Barcelona, el apartamento, Daniela, la cena con Percy, el miedo, la aceptación final de que con Carla no había escapatoria posible. Que no valía la pena huir, estaba harto de huir, de huir de la policía, de los “otros”, de sí mismo…
La última llamada de Monique le convenció que todo se acababa, llamó ayer asustada, por la mañana, simplemente dijo que estaban cayendo todos, que nadie sabía, que incluso ella…
Y le dijo -adiós Kurt- y Monique nunca decía adiós. Por eso, sonó a definitivo, a sentencia de muerte para los dos.
Entonces él se serenó, comprendió que las sombras se adueñaban de su presente y decidió pasar sus últimas horas siendo una persona en paz consigo misma. Dejó las gafas de sol encima de la mesa y bajó a comprar el desayuno y se encontró con el casero a quien siempre había evitado y lo invitó a tomar un café. Hablaron, o mejor dicho, le dejó hablar, de su vida, de su divorcio, de la hija de su amigo y el escuchaba, sorprendiéndose de que pudiesen haber vidas tan ajenas a la suya. Ignorantes de la crueldad, ignorantes de cuerpos muertos flotando en un canal de Venecia, ignorantes del bello cuerpo de Helga tendido en el suelo de un hotel de Beirut.
Al mediodía llamó a la puerta de su vecina Daniela, por primera vez en su vida se sonrojó y se quedó sin palabras. Turbado, la invitó a cenar, simplemente se iba a ir de viaje y como le había caído bien pues…
Ella dudó. Desde el primer día que lo vio, Stefan le pareció un hombre que arrastraba un pasado oscuro, peligroso. A diferencia del pobre casero, ella supo ver. Pero quizás fuese la fascinación que en ella ejercía precisamente esta aura fatal que Stefan desprendía, quizás fuese simple curiosidad,  la cuestión es que aceptó. Sólo que ella cambió el plan. Precisamente esa noche ella y la vecina de delante, Asia, la hija del amigo del casero daban una fiesta en un local en donde se proyectaba el último capítulo de una serie en las que ambas participaban. No sería una cena convencional pero… Stefan aceptó.
Se lo pasaron muy bien, y de nuevo a él le asalto la sensación de que había vivido siempre en un mundo paralelo al real. Que el real estaba formado por Danielas, por caseros, por Asias, por gente desconocida, con sus trabajos y sus pequeñas o grandes alegrías y dramas cotidianos.
Él se despidió, Daniela le rogó se quedase un rato más, pero él dijo que tenía que preparar unos asuntos para el día siguiente y era verdad. Tenía que proteger. La besó en ambas mejillas, volvió a sentir el perfume que apreció el primer día que llegó al edificio, se despidió de Asia y, sorpresa, del casero que también había venido con un tipo que recordaba vagamente a Percy por su gran mostacho.
Llegó al apartamento y llamó a Carla.  Si ella se sorprendió, no dijo nada. Le dijo donde estaba y le pidió verse al día siguiente, fin de año, fin de una vida, en una playa de las afueras de Barcelona. Tenía que alejar a Carla de su más reciente pasado, alejarla del casero, de Asia, de Daniela…
Carla aceptó. Quedaron para comer, un restaurante precioso al lado del mar… a ambos les gustaba el mar.
Se acostó, con la satisfacción de tener todo bien atado. Por una vez en su vida, el alma muerta de  Stefan-Kurt se sintió liberada y los rostros de sus víctimas no se le aparecieron.
Al día siguiente dejó las llaves de su apartamento en el buzón del casero y cogió un taxi.
Llegó antes que Carla al restaurante, ella llegó poco después, vestía un abrigo de piel negro y cubría su cabeza con un gorro a conjunto. Dios, que bella estaba. Él se levanto para aproximarle la silla y ella le dedicó una sonrisa encantadora.
El tiempo se detuvo.
Hablaron  largo y tendido de lugares que habían compartido y conocido, nada de trabajo. Cualquiera que los hubiese visto habría creído que se trataba de dos viejos amigos que se reencontraban después de varios años sin verse. Y era verdad, amigo y amiga, víctima y verdugo al mismo tiempo.
Tomaron un café, pagaron y salieron a pasear por la playa completamente solitaria. La gente se había ido a sus casas para preparar la Nochevieja. La tarde caía en el horizonte, un año moría. Se miraron y se detuvieron.
Él hizo un gesto, pero ella fue más rápida, como siempre. Sonó un apagado “flop” y él perdió el equilibrio hacia atrás, dando con la espalda en el muro del antiguo malecón.
Se deslizo por el muro sin dejar de mirar a los hermosos ojos de Carla, mientras su espalda trazaba una línea roja en las ancianas piedras.
Ella había fallado, quizás le ocurrió lo que a él con Helga, un atisbo de  cariño le había hecho errar el disparo. Su muerte se retardaría un poco.
Ella se acercó y se disculpó por el dolor innecesario, -no hay dolor le dijo él, mintiendo a medias.
Carla cogió su mano derecha y desprendió la pistola que aún tenía aferrada y a medio sacar del bolsillo de su chaqueta. Al ver que no tenía el cargador puesto comprendió.
-Dios, Kurt -dijo bajando los párpados.
…Ya casi no dolía. Ella le había dicho - lo siento Kurt, ¿quieres que...?
-no, -él esbozó una mueca que pretendía ser una sonrisa-, déjalo, al fin y al cabo…no tiene importancia, estoy bien. Vete.
Ella le había besado  en los labios con una dulzura que él le desconocía y se sintió gratamente sorprendido. Por un momento, la playa había desaparecido y la arena volvía a ser la de un desierto donde hacía mil años se habían conocido…
Mi hermana, mi amante, mi arma, mi escudo, mi…muerte, Carla.

El hombre yace solo, apoyada la espalda contra el muro de un viejo malecón, sus ojos grises se pierden en la inmensidad del mar, un charco de sangre negra cada vez más grande se está formando a su lado, sonríe mientras en su interior le parece oír una canción que proviene de su infancia, de una isla lejana de donde huyó cuando era un crío.  Canción que viene a través del mar oscuro por encima las olas para besar sus ojos muertos.
 Por qué, Kurt, se sonríe, no es su verdadero nombre sino Stefano.

Tali un ochju lampatu à u mari latinu     
O una mani porsa à l'imperi à liventi
Un sognu maladettu d'eternu scarpiddinu
O una chjama antica chì più nimu n'ùn senti...
chì più nimu n'ùn sentí
Sintineddi

(Como una mirada extendida a un mar latino
O una mano puesta en el imperio de levante
Un sueño maldito de un eterno escultor
O una llama antigua que nadie más siente
Que nadie más siente
Centinelas)





                                                                          Epílogo
1/1/2014  9:55 A.M.
Última llamada para los Señores pasajeros del vuelo Air france 1449 con destino  al aeropuerto Charles de Gaulle de Paris diríjanse  a la puerta…para su embarque
Última llamad…
La hermosa mujer del abrigo negro subió al Airbus 380 y se dirigió inmediatamente a la bussines class  donde fue atendida por una amable azafata que la acompañó a su asiento.
-Perdone, dijo al hombre que ocupaba el asiento al lado del suyo, ¿le importaría cambiarme su sitio? Me gusta estar en el lado de la ventanilla.
El hombre la miró con una mirada bonachona  y levantando su voluminoso cuerpo la dejó pasar.- con mucho gusto- le dijo a través de su enorme mostacho.
El avión despegó. Solo cuando se apagaron las luces del despegue, él  habló.

-¿Fue duro, verdad?

-Sí. Creo que él lo esperaba, lo deseaba. Ni siquiera se defendió.

-mmm ya, te lo dije, Kurt se estaba volviendo débil, lo vi en su último trabajo y lo vi cuando estuve  con él. Cené con él para ver si podíamos atraerlo a nuestra causa pero había cambiado. Son cosas que se intuyen cuando llevas tanto tiempo como yo en este oficio. Quizás le afectó más de la cuenta lo de esa zorra de Helga. Nunca fue el mismo después de lo de Beirut. En fin, eliminado Kurt, “ellos” son presa fácil, Monique ha caído esta mañana, los muchachos de Amberes se han ocupado. Fassbender era el cerebro, Monique y Kurt la mano ejecutora. Ahora nada impide que tú y yo  dominemos este jodido mercado. En cuanto lleguemos a Paris montaremos la operación para destruir a los “otros” Tú y yo cariño, como en los viejos tiempos.
Carla acercó su bello rostro a la ventanilla, el sol brillaba en un cielo azul espléndido, no quería que él la viese derramar una furtiva lágrima por Kurt. Por Thomas. Por ella misma…
Se frotó la mejilla con el dorso de la mano y la lágrima desapareció. Miró a Percy con una fría sonrisa y dijo:

-Lo que tú digas papá.

Percy, maestro de asesinos, sonrió beatíficamente, cruzó sus regordetas manos sobre su enorme vientre y exclamó:

-¿sabes? Tendríamos que volar con Alitalia, no creo que estos gabachos tengan Lasaña en el menú.



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